Historia del Imperio Bizantino. (9) (Spanish, Ισπανικά)
23 Σεπτεμβρίου 2009
Literatura, Ciencia, Educación y Arte desde Constantino el Grande hasta Justintano.
El desarrollo de la literatura, la ciencia y la educación en el período comprendido entre el siglo IV y el principio del VI, está estrechamente ligado a las relaciones que se establecieron entre el mundo cristiano y el antiguo mundo pagano y su civilización. Las discusiones de los apologistas cristianos de los siglos II y ni acerca de si estaba permitido a un cristiano servirse de una herencia pagana, no habían conducido a una conclusión neta. Mientras algunos hallaban cierto mérito a la cultura griega y la juzgaban conciliable con el cristianismo, otros, al contrario, declaraban que la antigüedad pagana no tenía sentido para los cristianos y la repudiaban. Diferente actitud prevaleció en Alejandría, antiguo foco de ardientes controversias filosóficas y religiosas, donde las discusiones sobre la compatibilidad del antiguo paganismo con el cristianismo disminuyeron el rigor del contraste que existía entre aquellos dos elementos, irreconciliables en apariencia. Así, hallamos en la obra de Clemente de Alejandría, el famoso escritor del siglo II, la proposición siguiente:” La filosofía, como guía, prepara a los que son llamados por el Cristo a la perfección.” (1) Empero, el problema de las relaciones entre la cultura pagana y el cristianismo no había sido en modo alguno resuelto por las discusiones de los tres primeros siglos de la era cristiana.
Mas la vida hizo su obra y la sociedad pagana se convirtió progresivamente al cristianismo, que así recibió un impulso nuevo, particularmente enérgico en el siglo IV, momento en que fue reforzado de una parte por la protección del gobierno y de otra por las numerosas “herejías,” que suscitaron controversias, provocaron discusiones apasionadas y dieron nacimiento a una serie de cuestiones nuevas e importantes. El cristianismo absorbía poco a poco muchos elementos de la civilización pagana, por que, con palabras de Krumbacher, “los cristianos adquirieron, sin duda, hábitos paganos.” (2)
La literatura cristiana se enriqueció en los siglos IV y V con obras de muy grandes escritores, tanto en el dominio de la prosa como en el de la poesía. A la vez, las tradiciones paganas eran continuadas y desarrolladas por representantes del pensamiento pagano.
En el marco del Imperio romano, dentro de las fronteras que subsistieron hasta las conquistas persas y árabes del siglo VII, el Oriente cristiano de los siglos IV y V poseyó numerosos e ilustres focos de literatura, cuyos escritores más representativos ejercían gran influencia en comarcas muy alejadas de la suya natal. Capadocia, en Asia Menor, tuvo en el siglo IV los tres famosos “capadocios,” a saber: Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Gregorio de Nisa.
En Siria, los focos intelectuales más importantes en la historia de la civilización, fueron las ciudades de Antioquía y Berytus (Beirut) en el litoral. Esta última fue particularmente célebre por sus estudios jurídicos, desde los aledaños del 200 hasta el 551 de J.C.. (3) En Palestina, Jerusalén no se bahía repuesto aun en aquella época de la ruina total sufrida bajo Tito, y por tanto, no ejerció gran papel en la vida intelectual de los siglos IV y V. Pero Cesárea, y más tarde Gaza, en la Palestina meridional, con su próspera escuela de retóricos y famosos poetas, contribuyeron mucho a aumentar los tesoros científicos y literarios de aquel período. La urbe griega de Alejandría fue, sobre todas esas ciudades, el foco que desarrolló influencia más vasta y profunda en todo el Oriente asiático.
(1) Clemente Alejandrino, Stromata, I, 5 (Mignc, Patr. Gr., VIII, 717-720).
(2) K. Krumbacher, Die griechiischc Literatur des Mittelalters. Dic Kultur des Gegcnwart, P. Hinneberg, t. I, p. 8 (3 Aufl., Leipzig-Berlín, 1912), p. 337.
(3) V. P. Collinet, Histoire de l’Ecole de droit de Beyrouth (París, 1925), p. 305.
La ciudad nueva de Constantino-pía, destinada a un brillante futuro y cuyo empuje debía manifestarse en la época de Justiniano, sólo comenzó a dar señales de actividad literaria en este período. La protección oficial de la lengua latina, algo apartada de la vida corriente, se acusaba muy en especial allí.
Otros dos focos espirituales de la parte oriental del Imperio tuvieron alguna importancia en el desenvolvimiento general de la civilización y literatura de la época: Tesalónica y Atenas, cuya Academia pagana fue eclipsada a poco por su triunfante rival, la Universidad de Constantinopla. Si se compara el desarrollo de la civilización en las provincias orientales y en las occidentales del Imperio bizantino, se puede hacer la siguiente interesante observación: en Grecia, de muy antigua población, la actividad espiritual y la potencia creadora eran infinitamente reducidas en comparación a las provincias asiáticas y africanas. Sin embargo, la mayor parte de esas provincias, según Krumbacher, no habían sido “descubiertas” y colonizadas sino desde la época de Alejandro Magno. El mismo sabio, recurriendo a “nuestro lenguaje favorito moderno, el de los números,” afirma que el grupo europeo de las provincias bizantinas no contaba sino en uno por 10 en la actividad general de la cultura de aquel período. (1)
En verdad, la mayoría de los escritores de esa época procedían de Asia y de África, mientras que cuando se fundó Constantinopla casi todos los escritores eran griegos.
La literatura patrológica tuvo su apogeo en el siglo IV y comienzos del V.
El Asia Menor produjo en el siglo IV los ya indicados tres capadocios: Basilio el Grande, su amigo Gregorio de Nacianzo, el Teólogo, y Gregorio de Nisa,
(1) Krumbacher, Die Griechischc Literatur des Mittelalters.
hermano menor de Basilio. Basilio y Gregorio de Nacianzo recibieron una educación muy notable en las mejores escuelas de retórica de Atenas y de Alejandría. Por desgracia, no poseemos informe alguno sobre la primera educación de Gregorio de Nisa, el pensador más profundo de los tres. Muy versados en la literatura clásica, aquellos eruditos representaron el movimiento que se llamó “neo-alejandrino,” movimiento que, utilizando las adquisiciones del pensamiento filosófico, insistía en el papel de la razón en el estudio de los dogmas religiosos y se negaba a aceptar las conclusiones del movimiento místico-alegórico de la escuela llamada “alejandrina.” El neoalejandrinismo no se separa de la tradición eclesiástica. En las más de sus valiosas obras literarias sobre temas puramente teológicos y donde defienden con ardor la ortodoxia contra el arrianismo, esos tres escritores nos han dejado una cantidad considerable de discursos y cartas cuyo conjunto constituye una fuente de las más preciosas de la cual aun no se ha sacado todo el partido posible. Gregorio Nacianceno ha dejado también cierto número de poemas, en especial teológicos, dogmáticos y didácticos, pero asimismo históricos. Entre esos poemas debemos mencionar particularmente el largo trozo que versa sobre su propia vida y que contiene abundante documentación acerca de la biografía del autor. Por su forma y contenido, ese trabajo merecería figurar entre las obras más bellas de la literatura general. “Cuando aquellos tres genios se extinguieron, la Capadocia volvió a la obscuridad de que ellos la habían sacado.”(1)
Antioquía, capital intelectual de Siria, hizo nacer un movimiento original, opuesto a la escuela alejandrina y que defendía la aceptación literal de la Santa Escritura, sin recurrir a la interpretación alegórica. Dirigieron este movimiento hombres de acción tan notables como Juan Crisóstomo. discípulo de Libanio y predilecto de Antioquía. Ya analizamos antes su actividad. Escritor y orador prodigiosamente dotado, había recibido una cumplida educación clásica. Escribió numerosos libros que figuran entre las más puras obras literarias maestras. Le admiraron con entusiasmo las generaciones siguientes, prendidas en el hechizo de su genio y de sus altas cualidades morales, y los literatos de los períodos sucesivos recogieron en sus obras, como en una fuente inextinguible, ideas, imágenes y expresiones. Sus sermones y discursos, a los que han de añadirse diversas obras especiales y más de doscientas cartas, escritas por él principalmente en su exilio, constituyen una fuente de extremo valor para el estudio de la vida interna del Imperio.(2) Más tarde, muchas obras de autores desconocidos fueron atribuidas a Juan Crisóstomo. Nicéforo Calixto, escritor bizantino de principios del siglo XIV, escribe: “He leído más de un millar de sermones suyos, y difunden una indecible dulzura. Desde mi juventud le amé y escuché su voz como si fuese la de Dios. Y lo que sé, así como lo que soy. a él se lo debo.” (3)
(1) E. Fialon, Elude hisíorique et littéraire sur saint Basile, 2.a ed. (París, 1869), p. 284.
(2) Hay una obra muy interesante que muestra el valor de los trabajos de Juan Crisóstomo con relación al estudio de la vida interior del Imperio: la de J. M. Vanee. Beitrage zur byzanünischen Kulturgeschichte am Ausgange des IV. Jahr, aus den Schriften des Johannes Chrysostomos (Jena, 1907).
(3) Nicéforo CalIXto, Historia eclesiástica, 13, 2. Migue, Palr. Gr.. vol. 146. col. 933 C. Con esas admirables líneas empieza la biografía de Crisóstomo debida a C. Baur (t. I. p. VII).
La ciudad palestina de Cesárea produjo al “padre de la historia de la Iglesia.” Eusebio de Cesárea, quien vivió en la segunda mitad del siglo III y la primera del IV (murió hacia el 340). Ya le hemos mencionado como la fuente más importante,que poseemos acerca de Constantino el Grande. Eusebio fue testigo de dos épocas históricas de la mayor importancia: las persecuciones de Diocleciano y sus sucesores, en las que sufrió personalmente a causa de sus convicciones cristianas bajo Constantino el Grande a raíz del edicto de Milán. Eusebio participó en las discusiones amanas, inclinándose a veces hacia los arríanos. Más tarde fue favorito del emperador y uno de sus amigos más íntimos. Eusebio escribió muchos libros teológicos e históricos. Su gran obra, Preparación Evangélica (“Praeparatio evangélica”), donde defiende a los cristianos contra los ataques de los paganos; la Demostración Evangélica, en la que discute el sentido puramente provisional de la ley de Moisés y el cumplimiento de las antiguas profecías en Jesucristo: sus escritos de crítica y de exégesis sobre la Santa Escritura, así como varias otras obras, le colocan en un lugar muy elevado en la esfera de la literatura religiosa. No es superfluo mencionar de paso que contienen preciosos extractos de obras más antiguas perdidas hoy.
Para nuestro presente estudio, los trabajos históricos de Eusebio son de la mayor importancia. La Crónica, escrita por él, según parece, antes de las persecuciones de Diocleciano, contiene un resumen histórico de Caldea, Asiría, los hebreos, los egipcios, los griegos y los romanos y da tablas cronológicas de los sucesos históricos más importantes. Por desgracia no nos ha llegado sino a través de una traducción armenia y, fragmentariamente, mediante una adaptación latina de San Jerónimo. Así, no tenemos idea exacta de la forma y contenido del original, ya que las traducciones que nos han llegado no han sido vertidas del original griego, sino de una adaptación aparecida a poco de la muerte de Eusebio.
La más sobresaliente obra de Eusebio es su Historia eclesiástica, que abarca diez libros comprendiendo el período transcurrido desde la época de Cristo a la victoria de Constantino sobre Licinio. Según sus propias expresiones, no se propone describir las guerras y victorias de los generales, sino más bien “recordar en términos imperecederos las guerras más pacíficas hechas en nombre de la paz del alma, y hablar de los hombres que ejecutan valerosas acciones por la verdad más que por su país, por piedad más que por sus amigos más queridos.” (1) Por tanto, bajo la pluma de Eusebio, la historia de la Iglesia es la historia de los mártires y las persecuciones, así como de los horrores y atrocidades que las acompañaron. La abundancia de los documentos que utiliza Eusebio nos obliga a ver en su obra una de las fuentes más importantes de la historia de los tres primeros siglos de la era cristiana. Recientemente se ha discutido muy a fondo el problema del valor de Eusebio en cuanto historiador de su propio tiempo, es decir, la importancia de los tres últimos libros de su Historia eclesiástica (VIII-X). (2)
(1) Eusebio, Hist. ect., inir. al libro V.
(2) R. Laqueur, Eusebius ais Historiker seine Zeit (Berlín-Leipzig, 1929).
Como quiera que sea, no debemos olvidar que Eusebio fue el primero en escribir una historia del cristianismo, abarcando el tema en todos los aspectos posibles. Su Historia eclesiástica, que le valió gran renombre, fue la base de los trabajos de muchos historiadores posteriores de la Iglesia, los cuales imitaron a Eusebio muy a menudo. En el siglo IV dicha historia se propagó con amplitud en Occidente, merced a la traducción latina de Rufino.
La Vida de Constantino, escrita por Eusebio más tarde, ha sido muy diversamente interpretada y apreciada por los sabios. No se debe incluirla tanto entre las obras puramente históricas como entre las panegíricas. Constantino está en ella presente siempre como el elegido de Dios: es un nuevo Moisés predestinado a conducir el pueblo de Dios a la libertad. Según Eusebio, los tres hijos de Constantino simbolizan la Santísima Trinidad. Constantino es el verdadero bienhechor de los cristianos, quienes entonces alcanzaron el elevado ideal que nos les cabía soñar en los años precedentes. Tal es la idea general del libro de Eusebio. Para no romper la armonía de su obra, Eusebio deja aparte los lados sombríos de la época, no señala los hechos desgraciados de su tiempo y, por lo contrario, da libre curso a su pluma para ensalzar y glorificar a su héroe. Sin embargo, utilizando su trabajo con precaución se puede conocer, de manera muy interesante, el período constantiniano, sobre todo por el elevado número de documentos oficiales que se hallan allí y que fueron probablemente insertados en la primera versión.
Juzgando en conjunto la obra de Eusebio de Cesárea, ha de reconocerse que, a pesar de su mediocre talento literario, Eusebio fue uno de los mayores eruditos cristianos de la Alta Edad Medía y un escritor que influyó poderosamente la literatura cristiana medieval.
Todo un grupo de historiadores prosiguió la obra empezada por Eusebio. Sócrates de Constantinopla llevó su Historia eclesiástica hasta el año 439. Sozomeno, originario de los alrededores de Gaza, escribió otra Historia eclesiástica que llegaba hasta el mismo año 439. Teodoreto, obispo de Ciro y originario de Antioquía, redactó una historia semejante comprendiendo el período entre el concilio de Nicea y el año 428, y, en fin, el arriano Filostorgio. cuyos trabajos sólo conocemos por los fragmentos que han subsistido, expuso los acontecimientos, desde su punto de vista arriano, hasta el 425.
La vida intelectual más intensa y rica de la época se encuentra, tomo ya lo hemos advertido, en Egipto y especialmente en Alejandría.
En la vida literaria del siglo IV y comienzos del V hay un hombre que presenta un caso interesante y extraordinario: el obispo y filósofo Sinesio de Cirene. Descendiente de una muy antigua familia pagana, educado en Alejandría e iniciado después en los misterios de la filosofía neoplatónica, se convirtió del platonismo al cristianismo, casó con una cristiana y llegó, en sus años últimos, a ser obispo de Ptolemaida. A pesar de todo, Sinesio debía sentirse probablemente más pagano que cristiano. Ya hemos mencionado de pasada su viaje a Constantinopla y su tratado sobre las obligaciones imperiales. No fue esencialmente un historiador, aunque haya dejado una cantidad muy importante de materiales históricos en sus 156 epístolas, las cuales reflejan sus brillantes cualidades de filósofo y orador. Esas epístolas se convirtieron más adelante en modelos de estilo para la Edad Media bizantina. Sus himnos, escritos en estilo y metro clásicos, muestran la originalidad de la mezcla de los conceptos filosóficos y las creencias cristianas de Sinesio. Aquel obispo-filósofo comprendía que la cultura clásica, que tan cara le era, se aproximaba gradualmente a su fin. (1)
(1) V.. Agustín Fitzgerald, The Letters of Synesius of Cyrene (Londres, 1925), p. 11-69.
En el curso de la larga y ruda lucha entre ortodoxos y arríanos, se distinguió la brillante personalidad del niceano Atanasio, obispo de Alejandría, que dejó muchos escritos consagrados a las controversias teológicas del siglo IV. También escribió una vida de San Antonio, es decir, de uno de los creadores del monaquismo oriental, pintando a este último sistema como el ideal de la vida ascética. Tal obra ejerció gran influjo en el desarrollo del monaquismo. El siglo V produjo al historiador más grande del monaquismo egipcio, Paladio de Helenópolis, originario del Asia Menor y conocedor perfecto de la vida monástica egipcia merced a los diez años que pasó aproximadamente en los monasterios de Egipto. Bajo la influencia de Atanasio de Alejandría, Paladio expuso también los ideales de la vida monástica, introduciendo en su obra un cierto elemento de leyenda. Cirilo, obispo de Alejandría y enemigo implacable de Nestorio, vivió también en aquel período. En el curso de su vida férvida y borrascosa, escribió considerable cantidad de epístolas y sermones que ciertos obispos griegos de una época posterior aprendieron de memoria. Dejó también un número de tratados dogmáticos y de obras de polémica y exégesis que constituyen una de las principales fuentes de la historia eclesiástica del siglo V. Según su propia confesión, sólo poseía una educación oratoria insuficiente y no podía gloriarse de la pureza ática de su estilo.
Otra figura muy interesante de la época es la filósofa Hiparía, asesinada por el fanático populacho alejandrino a principios del siglo V. Era mujer de belleza excepcional y tenía extraordinarios talentos intelectuales. Merced a su padre, famoso matemático de Alejandría, le eran familiares las ciencias matemáticas y la filosofía clásica. Adquirió gran renombre con su notable actividad docente. Entre sus discípulos hubo hombres como Sinesio de Cirene, quien menciona a Hipatía en varias de sus cartas. Una fuente habla de cómo, “envuelta en su manto, tenía la costumbre de andar por la ciudad y exponer a los oyentes de buena voluntad las obras de Platón, Aristóteles u otro filósofo.”
La literatura griega floreció en Egipto hasta 451, fecha de la condena de la doctrina monofisita por el concilio de Calcedonia. Siendo aquella doctrina la religión oficial de Egipto, la decisión del concilio fue seguida de la supresión del griego en las iglesias y su substitución por el copto. La literatura copta que se desarrolló a continuación, ofrece alguna importancia, incluso en el campo de la literatura griega, ya que ciertos trabajos griegos perdidos nos han sido conservados en traducciones coptas.
El período que estudiamos asistió al desarrollo de otro género literario: el de los himnos religiosos. Los autores de himnos cesaron poco a poco de imitar los ritmos clásicos y aplicaron otros, propios, que no tenían nada de común con los antiguos y fueron durante mucho tiempo calificados de prosa. Sólo en una época relativamente reciente se ha explicado en parte esa versificación. Los himnos de tal período contienen tipos diversos de acrósticos y rimas. Por desgracia se conocen muy poco los himnos religiosos de los siglos IV y V, y la historia de su evolución gradual en este primer período permanece para nosotros muy obscura. No obstante, no cabe duda de que ese desenvolvimiento fue vigoroso. Mientras Gregorio el Teólogo seguía, en la mayor parte de sus himnos poéticos, la versificación antigua, las obras de Romanos el Méloda (es decir, el autor de himnos), que, según se ha demostrado, aparecieron en el siglo VI, bajo el reinado de Anastasio I, fueron todas escritas en versos nuevos, utilizando acrósticos y rimas.
Los sabios han discutido mucho la cuestión de si Romanos vivió en el siglo VI o a comienzos del VIII. Esas discusiones se fundan en una alusión que se halla en su breve Biografía, donde menciona su llegada a Constantinopla en el reinado del emperador Anastasio. Durante mucho tiempo ha sido imposible determinar si se trataba de Anastasio I (491-518) o de Anastasio II (714-715) – Hoy, tras prolongado estudio de la obra de Romanos, el mundo científico está de acuerdo en reconocer que se trata del período de Anastasio I. (1)
Romanos fue el mayor poeta de Bizancio. Aquel “Píndaro de la poesía rítmica,” (2), fue autor de un número considerable de himnos soberbios, entre ellos el famoso de Navidad: Hoy la Virgen ha dado nacimiento al Cristo. (3)
(1) A. A. Vasiliev, En que época vivió Romanos el Melada (Vizantiiski Vremennik, tomo VIII (1910), p. 435-478 (en ruso). P. Maas, Die chronologie der Hymnen des Romanos (Byzant. Zeitschrift, t. XV (1906), p. 1-44.
(2) Krumbacher, Geschichte der byzantinischen Litcratur, p. 663.
(3) M. G. Camelli ha consagrado especialmente un artículo a este himno: L’lnno peí la Nativtta di Romano it Melode (Siudí Bizantini (Roma, 1925), p. 43-58).
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